Cuando escribo, un amontonamiento de espirales destituye mi razón y presiento, en ese momento me siento, que las palabras son insectos.
Los insectos, beatos de la contemplación, escudriñan mis emociones, o mis nociones, o mis canciones, o la amarga sed repetitiva de la incrustación, y en ese instante se vuelven lodo.
El lodo. La tierrita del patio, del fondo, de detrás de todo lo posible que delante esté, sustenta la afable y malograda imaginación de mis adentros.
De mis adentros. No existe tal cosa. Soy un todo afuera. Compensando con esto la imposibilidad de entrar.
viernes, 13 de julio de 2007
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