sábado, 23 de junio de 2007

este es el perrito joaquín



Joaquín (alias: joakán, perrito tiputi, pacho, pachito, pachín) es un canino como cualquiera. Le gusta ladrar, le gusta bajar ropa de los tendederos, le gusta morder, en fin: le gusta jugar.

Una vez sin embargo, cuando su hermano Robertito todavía vivía con nosotros (los separamos porque se peleaban), Joaquín mostró por primera vez su instinto. Eran todavía cachorritos cuando al salir al patio lo veo a Robertito masticando algo, parecía que tenía chicle, la cuestión es que me acerco y le abro la boca para que suelte; era un pichón de gorrión. Aparté al cachorro y cuando me estaba agachando para levantar desgraciado pichón, Joaquín se apareció por detrás y me ganó de mano: creo que ni masticó. Glup! hizo.

Bueeeeno… es un perro.

La otra noche sentía unos ruidos afuera: el perro persigue algo, pensé. Salí y lo vi al acecho de un gato. ¿Qué mierda hacía ese gato ahí? Yo a los gatos los considero unos tipos muy vivos dignos de todo mi respeto. Siempre creí que un gato es capaz de convencer a un ogro de que se convierta en ratón. Ellos miran desde la seguridad de los techos, cruzan por las medianeras haciendo uso de toda su habilidad felina sabiendo que los perros se pueden desgargantar chillando igual no los van a alcanzar. Pero el amiguito de aquella noche…

Joaquín no era Joaquín; no estaba jugando. Nunca, y juro que nunca vi a un ser tan concentrado, tan compenetrado en lo que hacía. Tomé un pedazo de manguera, como pa asustarlo. El gato corría en círculos. ¿Por qué no se subía al techo o a la tapia por cualquier lado y listo? Joaquín, casi derrapando en el suelo, lo tenía a treinta centímetros. Con sus patas delanteras logró desestabilizar al minino y con sus trescientos kg de tracción en la mandíbula lo cazó del lomo. El gato (esta vez digno de mi más puro asombro) tiró todos los zarpazos que pudo. El perro los recibía en la cara pero no soltaba ¿Qué iba a hacer yo en ese momento? Si cuando le grité, ni queu el perro. Pegarle para que no lo suelte…? decidí (decidí) dejar que lo mate.

El gato tirando los zarpazos. El perro; sacudiéndolo, golpeándolo contra el suelo, perforándole las entrañas. Es lo que ví, parado a un metro, con una manguera (¿arma, herramienta?) en la mano, en silencio.

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